1 de noviembre de 2011

Noche de Ánimas


Se designa con este nombre a la noche en la que se pasa del día 1 de noviembre, festividad de Todos los Santos, al día 2, jornada que se conoce como Día de los Difuntos. En muchos pueblos de esta comarca nuestra, esa tarde noche se tocaban las campanas cada cierto tiempo y las familias se reunían para rezar por sus familiares difuntos. Traemos hoy a estas páginas un pequeño artículo publicado en el Adelanto, hace hoy cien años y que trata básicamente de este tema.

Noche de Animas.
Ha terminado el mes de Octubre. Noviembre, con sus días fríos, impregnados de humedad y de tristeza, se nos ha echado encima. Hoy es el día de los Santos, mañana será el de Animas y tras de estos vendrá una serie de melancólicos, en los que los árboles se despojarán lentamente de sus mantos de hojarasca, mostrándonos el esqueleto de sus ramas, mientras la naturaleza toda se nos presentará en todo el esplendor de su desnudez.
Sintamos la grandeza de estos días otoñales y con ella el encanto de su lirismo. ¡Lirismo! Nada lo tendrá en más alto grado que este día de los Santos y su noche de Animas. Las campanas tañerán con lúgubre estruendo y sus sones nos traerán a la memoria tiernas remembranzas. Nos acordaremos de lecturas inspiradas en asuntos de esta especie, que en una época formaron para nosotros el todo, y ¿quién sabe? hasta en algún rato perdido se nos ocurrirá reflexionar sobre la paz de los sepulcros. Después iremos al cementerio. Visitaremos la hilera de sus tumbas y depositaremos una corona de florecitas sobre el pedazo de tierra que oprime los restos de personas que para nuestra intimidad representaron un algo. En estos momentos tendremos una majestad imponente. Seremos algo así como embajadores del mundo de los vivos, que cumpliendo una visita de fineza, saludamos a los que ya no son. Alguna lágrima vertida a fuerza de restregones en los ojos, será nuestra ofrenda de dolor, y sin embargo, sobre la eternidad del espacio nos parecerá ver vagar aimas que se hermanan y se funden... Nos despediremos con suspiros y lamentos. Al marchar, con tono de fervoroso musitante, rumorearemos aquello de "¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!"
Sintiéndolo bien, con admirable profundidad, evocaremos las virtudes de los que ya se han ido y luego... Con tranquilidad absoluta, con una profunda despreocupación, nos olvidaremos de que es la noche de Animas. Seguiremos la vida.
ALEJANDRO LEON