3 de abril de 2012

Desde Villavieja



Hace ahora cien años, el corresponsal de El Adelanto en Villavieja -suponemos que sería don Dionisio Alonso- envió una crónica titulada "Desde Villavieja" y en la que trataba cuatro cosillas. Hoy pondremos la primera, que, al hilo de una visita realizada al pueblo por miembros de la Unión de Labradores, trata de una reflexión sobre la reticencia de los agricultores de entonces para entrar a formar parte de ese tipo de asociaciones o sindicatos. En los próxomos días, iremos poniendo el resto de las cuestiones sobre las que versaba el artículo.

Desde  Villavieja.
En viaje de propaganda para la Unión de Labradores, vinieron por aquí hace poco los señores del Teso, Cobaleda, Cuadrado y García Puente, y no sé qué impresiones llevarían. Lo que sí se me dijo, es que hablaron bien y que el público que les oyó salió convencido de sus razonamientos. ¿Pero habrán obtenido u obtendrán resultados prácticos? Porque aquí, y aún podría decir que en todos los pueblos, es mucha la apatía que reina para esto. Se persuaden, sí, las gentes de que la unión es fuerza y de que con ella podrían llegar lejos. Pero vienen luego las suspicacias y recelos, viene el ejemplo de otras asociaciones fracasadas, vienen las fábulas o historias de quien por ellas buscó su medro, y ni un paso más. ¡Quietos, quietos! Y con esa quietud, no ven los labradores que se quedan a t r á s , y que otras clases, y aun la misma suya de otros países, se les adelantan en los caminos del bienestar y del progreso. Hay, pues, que fustigarlos para que se asocien y para que dejen de figurar como reacios, y a eso tiendo; pero como en sus pesimismos tienen también mucha parte de causa otras clases y otros elementos, quiero también poner las cosas en su lugar y defenderlos. ¿Que el labriego es rudo y desconfiado de suyo? Claro que sí, pero es porque quien podía y debía hacerlo de otro modo, le ha obligado a serlo. En cambio, posee la cualidad de observador, y el ha visto a su alrededor sociedades industriales o agrícolas que se derrumban o llevan vida lánguida por incuria, ineptitud o fines torcidos de los directores, o por simples desaciertos. Ha visto en ellas y en otras entidades como municipios, juntas, comisiones, etc., posponer siempre los intereses generales a los particulares de quienes manejan el cotarro. Ha visto que el capricho, la pasión y la envidia son incentivo a veces para obrar en el seno de ellas, y que hasta se mezclan en sus asuntos, en ocasiones, las miserables rencillas de bando o de partido. Ha visto, por fin, que el individuo que tiene y puede o puede porque tiene, es quien se lleva la batuta en todo sin necesidad de asociaciones, y saca de todo ello su consecuencia. A qué alistarse en una sociedad que él no va a administrar directamente? ¿No se expone, acaso a perder su dinero? El sabe que existen, porque se lo han dicho, almas generosas en otras partes que trabajan con celo e inteligencia por el bien de los otros, y que por él sacrifican hasta el suyo propio. Pero esto será allá en Inglaterra, en Francia, en Bélgica... Por aquí él no ha visto nada de eso, y a lo que ve se atiene. Y lo menos malo que ha visto es el egoísmo... Así piensa el labriego y hay que destruir su modo de pensar; pero con hechos. Esta es misión de las clases directoras por capital, ciencia y gobierno. A aquél hay que decirle; "Asóciate porque poco expones y tal vez aciertes", pero a estas como más responsables, hay que dirigirles los denuestos siguientes: "Si los labradores son desconfiados, egoistas y huraños, es porque vosotros los habeís hecho ser así. Ellos serán buenos, años después que vosotros lo seáis y cuando se lo tengáis sólidamente demostrado. Y para esto tenéis que caminar delante de ellos fomentando riqueza con la vuestra, derramando la cultura que os sobra y enalteciendo los dos más grandes principios en que debe basarse la sociedad y que hoy, por culpa vuestra, se muestran algo falseados. Justicia y moralidad.

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