21 de diciembre de 2010

Peatones y Carteros rurales

Traemos hoy a estas páginas una noticia aparecida en el periódico el "Heraldo de Madrid" publicado el viernes 23 de mayo de 1930. El  periodista recoge las impresiones de una comisión de "carteros rurales" que se ha trasladado a Madrid con el fin de solicitar del Director General de Correos una serie de mejoras en el aspecto salarial y de jubilación. El presidente de esa comisión es precisamente el cartero de Villavieja de Yeltes.


PEATONES Y CARTEROS RURALES

Los esclavos del Estado que aún no se han manumitido

Los hombres que ganan 15 pesetas mensuales

Antes que empiece a clarear el alba sale de su casucha -un puñado de adobes verticales cubierto por un tejadillo a "teja vana"— un hombre con una jiba monstruosa en un costado. Son el peatón y su cartera. Como ha llovido el día anterior y ha helado durante la noche, los siete kilómetros de mal camino que unen San Martín de la Vega (por ejemplo) con Ciempozuelos, estación más próxima, están realmente intransitables. Grandes baches, barrizales enormes, lomos endurecidos por la escarcha, sobre los que hay que hacer los equilibrios más arriesgados e inverosímiles para no descrismarse. El peatón, sorteando todos estos obstáculos, con su cartera al hombro, anda, anda, anda de prisa, sin descansar, que hay que llegar a la estación a tiempo de coger los correos. Y luego, con su cartera al hombro, bien repleta otra vez, anda, anda, anda de prisa, sin descansar, que no se quejen los vecinos de que el correo tarda; otros siete kilómetros, que hacen un total recorrido de catorce kilómetros diarios. Más lo que ha de andar una vez en el pueblo para repartir Prensa y correspondencia. Más la responsabilidad de admitir, recibir y expedir giros postales de hasta 250 pesetas cada uno. Más convertir su casita de adobes en pequeña dependencia del Estado, que éste disfruta   gratuitamente...

Por todo esto el peatón percibe, como asignación fija, la fabulosa cantidad de 300 pesetas anuales, más los cinco céntimos por carta del absurdo derecho  de  reparto.

En resumen: el peatón sufre la asfixia del calor y el polvo de los caminos en verano; el frío intenso, las heladas de los amaneceres invernales; recorre a diario dieciocho o veinte kilómetros a pie, cargado con la voluminosa cartera; afronta el riesgo de que la codicia de un malvado le aceche en el camino para agredirle y despojarle; el peligro de que un error o un extravío en el servicio de giros postales, servicio que lleva aparejada responsabilidad personal y subsidiaria, le cueste el dinero o algo más. Da su esfuerzo personal e inteligente,pone su casa a merced del servicio, y por todo ello cobra de 2,75 a tres pesetas diarias, incluido su sueldo y el derecho de distribución.

Y cuando viejo, vencido por la labor agotadora, ya no sirve, el Estado, que es con estos fieles servidores el más cruel de los patronos, le despide, y se acabó la historia. Como no es funcionario no tiene derechos pasivos. Como no es obrero no tiene los beneficios del retiro. El peatón, el cartero rural, a los treinta, a los cuarenta años de servicio, no han adquirido más derecho que uno: el de morirse  de hambre.

A MADRID HA VENIDO...

Una Comisión compuesta por siete de estos humildes, laboriosos y sufridos funcionarios, llamémoslos así, que, acompañados por el conde de Vallellano, han visitado al actual director general de Comunicaciones para exponerle su situación y sus aspiraciones. El periodista ha creído interesante conocer cuáles eran éstas, recogiéndolas directamente de labios de los interesados. En una pensión modesta logro encontrarlos reunidos. La mayor parte de los comisionados son de la provincia de Salamanca y Valladolid. Rostros tostados, cuellos sarmentosos, manos de hombres del agro, arbitrario el atuendo con pintorescas notas anacrónicas. Habla con el asentimiento de los demás su presidente, D. Domingo Moro Estévez, cartero rural de Villavieja de Yeltes (Salamanca). Es un hombrecillo menudo, vivaz, cenceño, magro; hay una lucecita inteligente en su mirada, y en su voz feble, una tónica firme, dada por el convencimiento de que son justas sus pretensiones. Lleva ¡veintiséis años! desempeñando esa cartería rural, por cuyo servicio percibo "¡quince pesetas!" mensuales del Estado y unas 2,50 o tres pesetas diarias que le rinde el derecho de distribución. Fruto de sus informes es cuanto queda expuesto, y ahota dice:
- Hemos pedido la supresión del derecho de reparto; que se nos asigne un sueldo en armonía con las exigencias de la vida de hoy, un sueldo mínimo, por ejemplo, de mil quinientas pesetas anuales con límite en nuestra escala de tres mil pesetas; que se nos dé casa para la cartería y que se nos considere funcionarios a los efectos de derechos pasivos, equiparándonos a los ordenanzas repartidores de Telégrafos, que ingresan por el mismo procedimiento que nosotros, prestan un servicio menos rudo y como funcionarios son tenidos; o, en último caso, que se nos concedan los beneficios del retiro obrero. Porque es triste que yo que llevo veintiséis años de servicio,éste, Fidel Cruz, de Chalar, que lleva otros tantos, y otros muchos que llevan más que nosotros, no tengan otro porvenir para su inutilidad o su vejez que la caridad de sus convecinos. Precisamente ahora, y en una cartería de mi provincia, ha tenido que dejar de prestar servicio el que venía desempeñándola durante más de treinta y siete años, por su avanzada edad, y se queda en la situación lamentable que imaginará usted, porque con "quince pesetas" mensuales de sueldo fallan todas las previsiones y se estrellan todos los propósitos de ahorro.

—¿Les recibió bien el director?

—Sí, señor. Con una gran afabilidad. "Desde que desempeño esta Dirección -nos dijo- no se me ha pedido una sola cosa justa que no se haya concedido. La situación de ustedes era uno de los asuntos que yo pensaba estudiar aun cuando no me hubieran visitado...". En fin, nos vamos muy esperanzados, muy esperanzados... ¿No cree usted que no es justo lo que nos ocurre?

Claro que lo creo, pobre cartero rural, esclavo del Estado, que hasta ahora no pensaste en tu manumisión. Confía en el talento, comprensión y buena voluntad del señor barón de Río Tovía... y sigue trabajando en tu defensa por si acaso. Desde luego, la opinión del país está contigo.

JOSÉ  SIMÓN VALDIVIELSO