6 de julio de 2010

El sitio de Ciudad Rodrigo en 1810 (VI)

Sexta entrega del relato del sitio sufrido en 1810 por Ciudad Rodrigo durante la Gueera de Independencia, según escritos realizados por el General Don Andrés Pérez de Herrasti, gobernador de dicha plaza.

Punto de las murallas de Ciudad Rodrigo donde la artilleria francesa logró abrir brecha (se nota perfectamente la parte reconstruida de menor altura)

La plaza les respondió a muy poco con toda la artillería que teníamos por aquel frente y que aunque no llegaba a ser un tercio del número de sus piezas, no quedó inferior en el de los tiros; y como ya se tenía hecha prevención de pilas de sacos a tierra, se cubrieron inmediatamente algunos cañones que estaban a barbeta para que pudiesen ser servidos con menos riesgo.

Todo el pueblo se puso al instante en movimiento, acudiendo los vecinos, según estaban de antemano nombrados y distribuidos, unos al servicio de las bombas para apagar incendios, otros a conducir heridos a los hospitales, otros a llevar municiones a las baterías, y en este servicio último se señalaron particularmente las mujeres y aun los niños desde ocho años para arriba; que estimulados por el ejemplo de los padres, y por el espíritu patriótico de que estaban la guarnición y habitantes de la ciudad poseídos, y se inflamó mas a la vista de los peligros, dieron todos muestras del más ardiente celo por la causa-pública, y de que corría por sus venas la noble y valiente sangre castellana.

El espectáculo de este día fue verdaderamente digno de inmortal gloria para los defensores de Ciudad-Rodrigo, y no podrían menos los que le observaron de la parte exterior, de aplaudir los esfuerzos que desde luego conocerían se ejecutaban para acudir a tantas atenciones como llamaban a un tiempo nuestro cuidado en aquellas críticas circunstancias ; pues los continuados incendios que desde el principio del fuego comenzaron a causar los mixtos de que venían cargadas las bombas y granadas, y era preciso ocurrir a apagar inmediatamente para que no comunicasen; las repetidas desgracias que por todas partes ocurrían con tan incesante diluvio de tiros de todas clases, que era de de la primera obligación socorrer; el servicio de las baterías que era forzoso sostuviesen un fuego vivísimo para contrarrestar el de los enemigos, como constantemente se ejecutó, el reparo de las ruinas que de continuo sucedían ; y últimamente, el cuidado de que en aquella indispensable confusión y general trastorno no se dejase de atender a las faenas necesarias para la subsistencia y alimento, así de la guarnición como del vecindario, formaban un conjunto, que solo podía desempeñarse, estando animados todos de un espíritu firme y determinado, pues no había oficina ni punto seguro en la plaza donde pudiesen ejecutarse a resguardo los amasos y cochuras del pan, las matanzas y distribuciones de la carne, ni ninguna otra operación perteneciente a estos ramos.

Pero el ejemplo de los Jefes, que con cierta especie de satisfacción y serenidad acudían a todo, manifestando lisonjearse de que hubiese llegado el momento de merecer y acreditar su patriotismo y adhesión a la causa pública, animó a los que pudieran tener menos valor, y reunió a todos para que obrasen con energía en cuanto era conducente a la defensa de la plaza.

Esta siguió con tesón el contrarresto de los fuegos de los enemigos durante todo el día, sin recibir en las murallas daño considerable, porque todos los mas tiros hasta el día siguiente los dirigieron sobre la ciudad, para consternar y aterrar a sus habitantes ; y por la noche, con el mismo intento, multiplicaron los de bombas y granadas reales, con que nos causaban repetidos incendios y destrozos; mas al día siguiente 26 empezaron a batir en brecha el torreón llamado del Rey, y nos causaron mucha ruina en él, y el día 27 acabaron de derribarlo.

En todo el intermedio de ambos, de sus noches, y la mañana del 28, continuaron nuestros fuegos siempre activos, causándoles varios daños, y les volamos en sus baterías cinco repuestos de municiones, cuya explosión fue muy considerable, particularmente en uno de ellos, que se la destruyó enteramente; pero no por eso cesaron en su fuego contra la brecha, aunque interpolando los tiros a ésta, con otros que alternaban siempre a la ciudad, y por todos sus recintos.

Desde que amaneció dicho dia 28 redoblaron los enemigos con mayor tesón los tiros sobre la brecha, que aunque no lograron poner enteramente accesible, adelantaron bastante su formación, y animados con esto, a las dos y media de la tarde suspendieron el fuego, y enviaron un parlamentario a la plaza con el oficio de intimación que se expresa en el número 4º; a que contexto el Gobernador con el que se copia en el número 5º; y de resultas, enfurecido el Mariscal Ney de ver rebatidas en la contestación sus proposiciones, despreciado el terrorismo con que quería amedrentarnos, y cogida una palabra que no estaba en ánimo de cumplir, sin guardar los términos que el oficial parlamentario había ofrecido, mandó romper de nuevo el fuego de todas sus baterías, que prodigiosamente no nos causó por su sorpresa una multitud de desgracias; pues como en el intermedio de la suspensión de él por el parlamento, habíamos acudido con toda diligencia a reparar la brecha, limpiar de escombros las baterías, conducir municiones a ellas, componer las troneras que estaban destruidas, y todas las gentes del pueblo habían ido a aquella parte de la muralla a ver el estado de ésta, y de las trincheras enemigas, fue rarísimo que tantos tiros a un tiempo, disparados sobre aquel punto lleno de gentes, no hiciese un estrago proporcionado en la multitud descubierta y descuidada.

Al punto les respondimos con toda nuestra artillería, y volvió a seguir el empeño con mayor encarnizamiento que antes; pero los enemigos, creyendo sin duda por lo que el Gobernador decía en su contestación de que la plaza no estaba en estado de capitular, ni tenía brecha formada que obligase a hacerlo, que la situación de sus baterías no estaba bien proporcionada para allanarla debidamente, y desengañados de que nuestro ánimo era sostenernos hasta que llegase el último extremo, y no tuviésemos ya arbitrio alguno, ni medios de resistencia para prolongar la defensa; trataron desde luego de adelantarlas a mas proximidad, para lo que, desde la misma noche, emprendieron los trabajos por la zapa volante, hasta que las situaron a sesenta toesas de las murallas.

Los fuegos nuestros sobre ellos, y sobre cuantos puntos ocupaban ó iban adelantando por toda la circunferencia, se redobló y sostuvo cada vez con mayor actividad, así .de noche como de día, durante todos los que subsiguieron; mas no obstante él, continuaron sus ramales y paralela sufriendo un sacrificio horroroso de .gente; pero sin desistir del empeño hasta que le hubieron realizado: y añadiendo además dos ramales nuevos que dirigieron hacia el glacis de enfrente de la Poterna del Rey, y remataron sobre la misma contraescarpa del foso de la falsa braga, donde empezaron a formar varias minas para volar todo aquel terreno, y dar mejor proporción al pie de la brecha. Cuyos trabajos subterráneos les contuvimos en parte con una especie de zanja que se abrió en el foso de la falsa braga, inmediata a la contraescarpa, a fin de que no pudiesen pasar de ella, conociendo los ingenieros por la profundidad que se observaba en su ramales, que el proyecto era volar una parte de la falsa braga para allanar el paso a la brecha del recinto alto, lo que no pudieron verificar.

Además no hubo especie de proyectiles que no les opusimos a estos trabajos tan inmediatos y temerarios pues las polladas, las morteradas de piedras, las granadas de mano, los fuegos arrojadizos, y cuanto cabe en el arte de la guerra, se usó con oportunidad para contenerles en tan arrojadas obras ó hacerles muy costosa su ejecución.

Entretanto, todas las noches seguíamos trabajando nuestras defensas interiores empezadas, y ellos hacían algunos amagos de ataques por diferentes puntos, y varias otras veces intentaron ganarnos el arrabal de san Francisco; pero fueron siempre rechazados en esta empresa; hasta que el día 2 de julio, estando ya la brecha muy adelantada, y viendo claramente que sus verdaderos ataques habían de ser por aquella parte, y necesitando reforzarla para contenerles en cualquier acontecimiento, tuvimos que retirar la tropa que guarnecía dicho arrabal, y dejando solo en él una partida de 50 hombres con dos oficiales para observación, empleamos los 550 restantes en aumentar la guarnición de la falsa braga sobre los dos costados de la brecha; comenzando al mismo tiempo un retrincheramiento por derecha e izquierda de ella.

No obstante nuestro abandono, no ocuparon el arrabal sino a bastante costa en la noche siguiente del 3, y como ya; evacuado de nuestra tropa jugaban entonces con libertad los fuegos de la plaza sobre él, y manteníamos la partida dicha en el convento de santo Domingo, perdieron bastante gente para sostenerlo, y a su entrada; siendo una de las primeras cosas que ejecutaron cuando la hicieron, pegar fuego al edificio del Hospicio, sin saberse por qué, ni con qué objeto, nosotros colocamos en esta misma noche dos cañones en dos troneras que se abrieron en el parapeto hacia el frente del cuartel de Amayuelas, para enfilarles algunas de sus obras.

En la noche del 4 formaron varios apostaderos y hoyos a los costados y frente del arrabal del puente, y amanecieron situados en ellos, sin duda para impedir nuestra salida de la plaza a forrajear y a tomar agua del rio, y estrecharnos también por aquella parte ; pero luego que se reconocieron a la mañana del 5, dispuso el Gobernador que se ejecutase inmediatamente una salida para desalojarlos y destruirles dichos apostaderos; y habiendo encargado esta operación a los capitanes del tercer batallón de Voluntarios de Ciudad-Rodrigo don Miguel Guzmán y don José Robledo, con 85 cazadores de las guerrillas, una partida de Urbanos y los 30 lanceros de la caballería de don Julián que habían quedado en la plaza al mando del subteniente don José Serrano, la desempeñaron completamente, pues saliendo por derecha e izquierda del arrabal a la desfilada sobre dichos puntos, y tomándolos por la espalda, los acometieron con tal intrepidez que les mataron veinte y tantos hombres, hirieron a varios, cogieron a nueve prisioneros, y solo muy pocos lograron escapar, haciendo además retirar a mucha distancia a todos los que se hallaban en los puestos de aquel frente, y a los refuerzos que les enviaban de los campamentos inmediatos, tanto con el vivo fuego a metralla que les dirigió nuestra artillería de la plaza, como con el de la fusilería de dichas tropas que se avanzaron sobre ellos hasta las huertas llamadas de Pedro Tello, y permanecieron firmes allí hasta las once de la mañana, cubriendo el trabajo de cegar y allanar todos los expresados hoyos y apostaderos, que quedaron enteramente destruidos.

En seguida pasaron las mismas tropas a la otra parte de la plaza, y dirigiéndose por el barranco de las Canteras, sobre un trabajo como para batería que estaban haciendo los enemigos a la derecha del convento de santo Domingo, los sorprendieron y atacaron con tanta impetuosidad, que sin dar tiempo a los trabajadores para tomar las armas que tenían inmediatas, les mataron más de 30 hombres, les cogieron los fusiles y útiles con que trabajaban, les destruyeron mucha parte del trabajo, y firmes después en aquel punto, contuvieron y rechazaron por dos veces a una columna de 200 granaderos de la guarnición del arrabal, que se formó al instante y vino sobre ellos; hasta que acudiendo más tropas enemigas, y no quedándoles ya objeto para empeñarse, se retiraron en buen orden a la plaza, trayéndose conmigo treinta y tantos fusiles, y cerca de cíen picos, palas y azadones que presentaron en el parque de artillería; por cuyas dos bizarras y bien desempeñadas acciones, les ofreció el Gobernador a todos los oficiales y tropas que las ejecutaron, que los recomendaría especialmente a la superioridad, y se les concedería desde luego un escudo de distinción en memoria de ellas, así como a los defensores del convento de santa Cruz.

Cada día que pasaba, desde que comenzaron los enemigos a batir la plaza, al mismo tiempo que iba acrecentando la gloria de nuestra defensa, y nos enardecía en el empeño de continuarla, debilitaba las esperanzas que teníamos formadas en el socorro de los ingleses, no viendo señal ni apariencia alguna de que hiciesen movimiento para dárnoslo y aunque el mismo deseo nos figuraba muchas veces que los reconocimientos que solían hacer los franceses por aquella parte, con gruesas columnas de su caballería apoyadas de cuerpos de infantería, eran tal vez indicio de él, se nos desvanecía muy luego esta ilusión viéndoles volver a sus campamentos con toda tranquilidad.