17 de enero de 2010

El temporal de 1909

Hace unas cuantas semanas se cumplieron cien años de un "famoso" y terrible temporal que afectó a todo el noroeste de la península y particularmente a nuestra provincia y sobre todo a Ciudad Rodrigo.

En realidad fue una serie seguida de diversas perturbaciones que culminaron con una sensacional borrasca que barrió el noroeste español durante los días comprendidos entre el 17 y 23 de Diciembre de 1909. Con la particularidad además que ¡llovía sobre mojado!.

Según las publicaciones de la prensa de entonces, desde principios de mes la provincia estaba siendo castigada por "una lluvia incesante que, a cortos intervalos parecía ceder, para arreciar con nuevas y mayores trombas de agua acompañadas además de un viento huracanado". Y la cosa no había empezado ahí. El mes de Noviembre también se había caracterizado por ser especialmente lluvioso.

La perturbación, según los mejores meteorólogos de entonces -los hermanos Orkolaga, del Observatorio de Monte Igueldo- estaba situada el día 17 de Diciembre a la altura de las Islas Azores. La península, mientras, estaba siendo afectada por otra perturbación bastante intensa. La borrasca de las Azores comenzó a moverse hacia la península, más o menos, con dirección ENE (EsteNorEste). El día 19 tocó tierra en Portugal, penetrando posteriormente en España por la zona de Extremadura. El día 20 el frente se extendía principalmente desde Galicia hasta Andalucia y cogió de lleno a nuestra provincia. El temporal descargó unas intensas y copiosas lluvias que continuaron casi sin interrupción a lo largo del día 21 de Diciembre, acompañada además de un fuerte viento con fuerza 7 u 8, es decir de más de setenta kilómetros por hora). Se La cantidad de agua caída fue tal que los ríos y arroyos adquirieron un caudal exagerado saliéndose de madre en numerosos lugares y alcanzando alturas espectaculares en la mayoría de los casos. Y como muestra, un botón. El río Duero, a su paso por Fermoselle, tenía diez metros más de su nivel normal. En Vega de Terrón, con la confluencia del Águeda y tras recibir las aguas del Yeltes-Huebra el nivel era de más doce metros.
Por lo que se refiere a los ríos salmantinos todos alcanzaron niveles excepcionales que no se han vuelto a superar desde entonces. El Tormes inundó las zonas bajas a su paso por Salamanca. El Yeltes y el Huebra también iban creciditos. Algunos edificios de Castraz  -se encuentra a más de 500 metros del cauce normal del río-  como la escuela y el Ayuntamiento fueron inundados por el primero y el río Gavilanes, afluente del Yeltes, a su paso por Sancti Spiritus destruyó el puente sobre la carretera de Salamanca a Portugal (de Burgos a Alberguería se decía entonces).
No tenemos datos de la crecida a su paso por Villavieja. Sabemos que en el término de Bogajo el río Yeltes "destruyó dos molinos propiedad de Isidora Martín, viuda, que ha quedado en la misería. En los campos hizo grandes destrozos". Así pues, si eso hizo en Bogajo es más que probable que el río Yeltes a su paso por nuestro municipio dejase casi todos o todos los molinos total o parcialmente deteriorados. Recuerdo haber visto que en una peña cercana a uno de los molinos en la zona de los Fresnitos una marca que indicaba muy probablemente el nivel alcanzado en alguna crecida. Posiblemente fue esta.
Es indudable que la peor parte de este temporal se la llevó Ciudad Rodrigo. Si ya en condiciones normales se producen en la cabecera del río Águeda unas precipitaciones más elevadas de lo habitual, puede uno suponer lo que se produjo en estas condiciones excepcionales. La avenida sobrepasó los muros de contención del Arrabal del Puente inundándolo todo (alcanzó una altura de metro y medio en la Iglesia de Santa Marina), produciendo cuatro muertos, destruyendo un alto porcentaje de casas de dicho suburbio y dejando dañadas la mayor parte de ellas con lo que más de quinientas familias, quedaron sin hogar. La anchura del rio llegó a ser de más de un kilómetro. Pero veamos cómo lo cuenta "La Iberia" un periódico local mirobrigense de aquella época.



Horrorosa inundación

A pesar de la lluvia pertinaz que desde hace más de dos meses sufrimos, así como en las cordilleras que nacen en el nudo carpetano (sierra de Francia) conocidas por los nombres de Sierra de Monsagro y de Gata, cuyas aguas afluyen al Águeda, este rio no había rebasado su cauce natural, pero todos temíamos que, de haber nieve en referidas sierras, de un dia á otro tuviéramos una crecida, pero nunca se pudo calcular fuera de la magnitud de la que por desgracia en pocas horas invadió por completo las extensas llanuras que circunvalan á esta ciudad.

Desde las primeras horas de la mañana del dia 22, se veía aumentar por momentos el caudal de agua, y las autoridades con sus agentes, recorrían el Arrabal del Puente, ordenando á sus moradores abandonaran sus viviendas y subieran á la ciudad para evitar desgracias personales.

Todos obedecían, aunque con gran sentimiento, por dejar sus pocos intereses expuestos á una pérdida inminente, puesto que no podían trasladarlos á lugar seguro, por la rapidez con que se presentaba el peligro.

Convencidas las autoridades de que no quedaba en el barrio persona alguna, regresaron a la ciudad con el fin de providenciar lo necesario para proporcionar albergue y comida á cuantos lo necesitaran.

El señor Obispo abrió su palacio, el Gobernador militar facilitó los locales desocupados en el . cuartel del Conde, el  Ayuntamiento dio orden para que otros fueran admitidos en las posadas, y el vecindario todo ha rivalizado demostrando sus nobles sentimientos, pues ha habido pobres jornaleros que recogieron seis ú ocho personas.

A las once de la mañana, y por consecuencia de haberse roto la pesquera de la fábrica de harinas y electricidad "La Concha", unido al retroceso que tenían las aguas en el terraplén de la carrerera de Bodón, así como el no ser suficíente los arcos del puente nuevo á desalojar el agua contenida en  el recodo que forma, salvó el torrente el muro de contención de  la  huerta de la Toma, y la inundación del Arrabal fué completa, alcanzando las aguas más de dos metros de altura dentro de las casas.

Como la mayor parte de los edificios de dicho arrabal eran de deficiente construcción, por ser propietarios gente pobre y por tenerse que sujetar además á la ley de edificación en zonas polémicas, su resistencia no podía ser mucha y á las doce empezaron á hundirse las primeras casas y á las cuatro de la tarde estaban destruidas más de sesenta.

El Arrabal del Puente puede considerarse completamente destruido, porque si algunos edificios han podido resistir la impetuosa fuerza del destructor elemento, los tabiques interiores se han arruinado y las paredes exteriores agrietadas, y amenazando tuina por consecuencia del reblandecimiento.

Gran alarma se produjo en el inmenso gentío que ocupaba la muralla al apercibirse de que en un tejado aparecía una mujer y dos hombres que se sentaron á la abrigada de otro tejado, esperando ser sepultados entre los escombros de su humilde albergue, acentuándose más el clamoreo general con la aparición de dos hombres en otro tejado y la noticia de que en una casa se había quedado el peón caminero y otra familia. Según hemos podido averiguar, dicho empleado llegó hasta amenazar á los guardias municipales para no salir, teniendo que retirarse los dependientes de la autoridad en vista del peligro que les amenazaba y que no podían, disuadir al caminero para que les siguiera.

También en el tejado de la huerta de la Toma se refugiaron el dueño y un criado, despojados de las ropas y envueltos en mantas, dispuestos á luchar con las aguas en el momento en que se hundiera la casa.

Visto que la noche se acercaba y que los seres á que antes nos referimos se exponían á una muerte segura, la autoridad local ofreció recompensar con largueza á las personas que, aprovechando el momento de haber bajado un poco las aguas, rescataran á las personas amenazadas.

En el momento que se supo tal resolución, con heroísmo digno de los mayores elogios, el maestro de obras don Esteban Morales, montó en un caballo y á nado llegó á la casa del. caminero y acercándose cuanto pudo sacó á una persona en las ancas, de la caballería.

Al maestro Morales siguieron Vicente Zamarreño Nava, un pescador apodado Bragas, Manuel Benito Sánchez, Victoriano Mateos, Eugenio Rubio, Jesús Corvo y otros muchos que sentimos no recordar y que rivalizaron en arrojo por salvar á sus semejantes, lo que consiguieron ya oscurecido.

Desgracias personales tenemos que lamentar la del pastor del señor Villares, la de nuestro particular amigo el joven y laborioso electricista don Ricardo Iglesias y el empleado de la fábrica Francisco Martín. A las tres y cuarto de la tarde de hoy 24, fueron trasladados desde la fábrica á la orilla derecha del rio, por medio de una balsa tripulada por Julián Martín y otros, tres empleados del señor Iglesias y los individuos que constituyen la familia del hortelano de una huerta próxima y que ayer se refugió en la repetida fábrica, así como los cadáveres que fueron trasladados al depósito de orden del Juzgado.

Las autoridades y el cuerpo de Bomberos han rivalizado en el cumplimiento de sus deberes, mereciendo especial mención el alcalde accidental don Lorenzo Roldan.

Don Antonio Palacios ha ordenado á su representante entregue en el Ayuntamiento 1.000 pesetas, é igual cantidad el Marqués de los Altares. Don Clemente de Velasco ha iniciado una suscripción entre los propietarios y naturales de esta ciudad residentes en Madrid, anunciando tiene en su poder 9.000 pesetas y que envía ropas y mantas. El Gobernador civil dice en telegrama, que traerá resoluciones prácticas para demostrar el interés que el Gobierno se toma por este vecindario. El Alcalde ha pedido al Capitán General mande una sección de Ingenieros.
Don Julián Maldonado se asocia á nuestro sentimiento en nombre de los mirobrigenses residentes en Salamanca.
Tenemos noticias de que en el pueblo de Navasfrías fué arrastrado por las aguas Vicente Conrado, de 70 años de edad, ignorando su paradero.

Desbordamiento del Águeda

El Arrabal del Puente anegado. Tremenda catástrofe. Pérdidas incalculables. Hombres ahogados. El Arrabal hundido. Más de 500 familias sin pan ni albergue. Escenas dolorosos de la inundación.

Horrible, desoconsolador y angustiosísimo es el aspecto que presenta Ciudad Rodrigo.

Las persistentes lluvias de estos días habían hecho sospechar á todos una de esas avenidas que ponen en conmoción á los vecinos del Arrabal del Puente, pero la terrible catástrofe, en toda su espantosa extensión, que hoy lloramos, nadie podía adivinarlo.

Enfilado el Arrabal por la corriente del rio en todos sus desbordamientos, el resistente muro, puesto á modo de cortaolas, de la llamada huerta de la Toma, dividíalo en dos ramales que abrazando a derecha é izquierda al Arrabal, habíalo defendido por espacio de muchos siglos,infundiendo en sus habitantes una confianza sin límites. No es cosa nueva ni desusada que el Águeda se desbordase, ni que llegara con sus aguas hasta las primeras casas; pero de esto jamás pasó, y esta confianza y esta casi familiaridad de los arrabaleños con las aguas, ha hecho que la desgracia sea mayor, y que revista verdaderos caracteres de una hecatombe espantosa.

Dos cosas señalan las víctimas como causa principal de su desventura, dos cosas contra las que han reclamado mil veces sin que jamás se las atendiera; la carretera nueva, que cortando el caudal del brazo izquierdo del rio con un puente tan raquítico como insuficiente, parecía puesta de propósito, para preparar la destrucción del Arrabal, y las alamedas de chopos que contra los gritos de los que hoy lloran su desgracia, se permitieron plantar en el mismo cauce del río. Si estas causas son ciertas, si son verdaderas como el pueblo asegura, las responsabilidades son tremendas, y los que tienen la obligación de velar por sus intereses deben exigirlas muy cumplidas. Verdad es que ellas no atañen á las autoridades del dia, su previsión, su solicitud por los desgraciados nada ha dejado que desear, y nosotros después de recoger los gritos de angustiosa protesta contra egoísmos quizá crimínales de unos y las palabras de agradecimiento que para los otros salen del corazón del pueblo, hemos de limitarnos a relatar hechos y escenas dolorosas de la catástrofe; ¡grandes lecciones que deben aprovecharse para lo futuro!

Cuando á las doce del dia 22 nos dimos cuenta de las proporciones aterradoras del desbordamiento, nos dirigimos á la muralla luchando con una lluvia torrencial y un aire huracanado que amenazaba arrancar de cuajo la población entera. El cuadro que á nuestra vista se ofreció entonces no pudo ser más desconsolador. Sobre la muralla y sobre la plaza de armas de la Puerta de Santiago, estaban anhelantes, angustiados, recibiendo á pie firme el diluvio qué caía, los vecinos todos del Arrabal del Puente.

El rio, el manso Águeda, con furia inaudita, con fuerza irresistible, rebasando los límites de las mayores inundaciones conocidas, se extendía alborotado desde las cumbres de Casasola hasta los altos mismos de Cantarinas. Huertas riquísimas, fértiles vegas, paseos y villas de recreo hasta ahora respetados, todo estaba bajo su arrasadora dominación en el kilómetro, más bien largo que corto, que llegó á tomar de anchura.

El Arrabal del Puente completamente anegado y teniendo gran parte de sus casas con el agua hasta el alero, había podido resistir hasta entonces el empuje de la corriente, pero de construcción débilísima, todas ellas o en su mayoría humildes viviendas de trabajadores, no pudieron defenderse más, y á la hora en que llegamos á la muralla empezaron á verse sobre las aguas unas tras otras, pequeñas nubes de polvo que bien pronto desaparecían arrastradas pur el viento: eran las casas que empezaban á hundirse, no dejando en pos de si más que unas cuantas burbujas en el agua y los gritos desgarradores de sus dueños, que desde la muralla habian contemplado toda la desgracia que los quedaba en la miseria.

Entre las escenas de dolor que presenciamos fué una de las que más impresionó nuestra alma, la desgracia de un pobre jornalero que junto á nosotros estaba presenciando la inundación.

Apoyado en el pretil de la muralla con la vista puesta en el Arrabal, contemplaba silencioso sin decir palabra, como iban desapareciendo una tras otra las casas de sus convecinos: de pronto sonó un pequeño estruendo enseguida apagado por el ruido de la corriente; una nube de polvo se elevó en el aire, y el hombre aquel que había estado devorando en el silencio toda la angustia de su alma, elevó los brazos al cielo y en lamentos desgarradores ¡¡Ay Dios mío!! dijo ¡ya me quedé en la calle! ¡pobres hijos miós! y llorando amargamente se fué de la muralla, quizas para llorar con los suyos toda la inmensidad de la desgracia; aquella desgracia que le arrebataba en un momento los afanes de toda una vida de trabajo honrado, consagrada á dejar á sus hijos un albergue donde meterse.

Y no podemos continuar relatando todas las escenas dolorosas que presenciamos; del Arrabal de! Puente no queda una casa, todas ellas eran el sueño, el producto de mil privaciones, soportadas hasta con alegría por el honrado obrero mirobrigense: imagínese el lector sus lamentos, sus lágrimas, sus angustias; si hubiéramos de relatar una a una todas las desgracias, no acabaríamos en muchos días; relataremos si los más salientes los que dejarán triste recuerdo en el ánimo de todos.

En la finca que con el nombre del Escobar posee don Anacleto Sánchez Villares, del lado allá del rio, estaba guardando un rebaño de más de 300 cabezas el pastor Tomás Benito. Acostumbrado á la vecindad de las aguas, no trató en los primeros momentos de ponerse en salvo, creyendo que todo pasaría como otras veces. Las aguas crecieron, y encerrado el rebaño en el corral que para estos menesteres existia en dicha finca, subióse el pastor a la cumbre de la casa donde creyó salvar con vida de la inundación, pero no fué así por desgracia, y á las tres de la tarde, su amo don Anacleto que desde el primer momento había estado á la expectativa de lo que pudiera ocurrir á su criado, se vio seguido de su hijo bajar á todo correr de su caballo y con peligro dé su propia vida, por la cuesta de Santiago que desemboca en el mismo puente. Algo grave ocurría y la gente se aglomeró al puente romano rompiendo el cordón de guardias que hasta entonces había prohibido el paso.

Lo que ocurría era una desgracia inmensa. La casa del Escobar había acabado de hundirse y asido de una viga, dando vuelcos, apareciendo y desapareciendo entre las aguas, bajaba por el rio el desgraciado pastor, con un brazo levantado pidiendo auxilio, y acompañado de su perro que en la lucha por la vida había logrado encaramarse sobre la viga salvadora.

El terror, la angustia que se apoderó de todos los que presenciaban la espantosa escena, es indescriptible, un grito de dolor inmenso salió de todos los pechos. El puente se llenó de gente y se lanzaron cuerdas para salvar al desgraciado, pero todo en vano, al chocar la viga con la pared de la huerta de la Toma, hundióse por completo; volvió después á subir á la superficie, yendo sobre los hombros del desgraciado, en cuyo rostro se veia la sangre de golpes recibidos, el fiel animalito. Por un momento creyóse posible su salvación, viéndolo lanzado por la corriente á un remanso de la orilla del rio, pero un golpe de agua lo cogió entonces, y cruel, con fuerza brutal lo estrelló contra uno de los machones del puente, sin que las manos crispadas del naúfrago pudieran agarrar las cuerdas que se le habían lanzado. Después otra vez volvió á levantar un brazo pidiendo auxilio; la última tal vez, porque la viga bajó ya sola por el rio, y de él, del desventurado, no se conoce aun su paradero..

Y no se ha limitado á esta sola las desgracias personales que han llenado á Ciudad Rodrigo de consternación. En la fábrica de harinas y electricidad del señor Iglesias, se divisaron el dia 23 cuando aún permanecía completamente incomunicada, los cadáveres abrazados del hijo del dueño y uno de sus criados. Hoy viernes en que escribimos estas lineas, han podido sacarse por medio de balsas, juntamente con los demás que durante tres días han estado luchando cara á cara con la muerte, por lo inminente y completo derrumbamiento del edificio. Los horripilantes detalles de la muerte de estos dos desgraciados, renunciamos á describirlos, porque es cosa que espanta sobremanera.

¡Dios se haya apiadado de sus almas!

Apiádense también los hombres de esos pobres vecinos del Arrabal. El populoso barrio ha desaparecido por completo, y con él, el pan y el albergue de 500 familias, que con todo el peso de su infortunio vagan errantes por esta ciudad desgraciada, en manos únicamente de la caridad del momento.

El remedio á tantos males es urgente, también  es superior á las fuerzas de este pueblo; acúdase á todas partes é inmediatamente, que la miseria no tiene aguardo.

El puente de Siega Verde, situado aguas abajo de Ciudad Rodrigo que había sido inaugurado hacia muy poco tiempo fue arrastrado por las aguas. Entre Puerto Seguro y  San Felices de los Gallegos el nivel de las aguas del Águeda sobrepasaban en dos metros la altura del denominado "puente de los franceses" anegando también la central eléctrica que la Sociedad Hidroeléctrica del Águeda tenía en dicha zona. Barruecopardo quedó incomunicado con la estación de Lumbrales debido a la destrucción del puente "Resbala" sobre el Yeltes-Huebra. Las comunicaciones ferroviarias con Portugal quedaron interrumpidas en las dos lineas, quedando los trenes detenidos en las estaciones de Espeja y La Fregeneda,...

También otras provincias sufrieron las consecuencias de este temporal: Zamora, Valladolid, ... Se cuenta, por ejemplo, que la en confluencia del Valderaduey con el Duero, la anchura de este era de más de tres kilómetros. En fin, ¡un señor temporal! Afortunadamente -toquemos madera- nuestra provincia no ha vuelto a soportar uno de estas características- ¡Gracias a Dios!